Y lo hace como siempre, con una eterna sonrisa y el brillo en los ojos de los que nunca dejan de ser niños ni de sorprenderse. Ni de sorprendernos.
Ayer paseaba por las calles de Gijón sacándole la lengua a dos de sus más famosos hijos de ficción
y marcándose sin dudar un espontáneo y jovial baile al ritmo de los gaiteros.
Al recoger hoy el premio lo alzaba al aire tras afirmar con la humildad que solo tienen los que son de verdad grandes, que le daba mucha vergüenza recoger el premio porque es el mérito de un equipo y no de él y que su éxito se debe solamente a una serie de afortunadas casualidades.
Desde aquí nuestro aplauso para un premio que no podía ser más merecido.
Al creador de mundos coloridos y amables, al pionero que hizo que empezáramos a utilizar en una misma frase las palabras videojuegos y arte, y al pequeño gran hombre que nunca pierde la sonrisa.
Larga vida a Miyamoto-san, y setas verdes infinitas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario